
Un cantamañanas ostensiblemente ebrio subió al autobús un lunes de madrugada con el ánimo filántropo de alegrarle al personal su viaje al tostadero. Así, demostrando a todos sus dotes de tenor, rauco por el humo inhalado toda la noche y algo desafinado, emprendió valiente una tonadilla.
No había llegado al estribillo que un incordiado viajero lo increpó vehementemente argumentando que la hora, las seis y media de la mañana, y el lugar escogido no son propios para el jolgorio. Que se vaya a dormir la mona a su casa, porque él no está de humor para el bullicio.
La reacción del molestado viajero madrugador provoca una contra reacción de otro más joven y tolerante que exige libertad en un país libre, y que nadie es quién para prohibirle cantar al pobre hombre. Las dos opiniones encuentran pronto seguidores y detractores. Un tercero discrepa del segundo manifestando que en un país libre también hay reglas que acatar por todos y que apoya la afirmación del primero. Él también paga sus impuestos, asume sus derechos de ciudadano, y el cuerpo le pide viajar sin incordios, así que se vaya el borracho con su jumera a cantar al mercadillo. El beodo, medio ajeno a todo esto, advierte estrábico la refriega. Las reacciones favorables y hostiles se suceden. Las causas y efectos van creando una cadena de increpaciones que suben de tono, intensidad y vehemencia. El benigno incidente, en un principio, va tomando un cariz acalorado. La alarma se refleja en el rostro cada vez más pálido de una señora entrada en años. Ésta, de cabello plateado y corazón enclenque, se siente desfallecer.
En la cresta de la gresca, cuando los más alterados ya enarbolan sus puños al aire, le da un patatús a la anciana que cae redonda al piso del bus.
Se bajaron de pronto todos los humos cuando realizan los suspicaces peregrinos lo grave de la taquicardia y lo absurdo de la situación. El oportuno vahído desvió la atención de los beligerantes sobre la necesidad de llamar a una ambulancia. Solo, el ofuscado tenor se quedó boquiabierto, con la tenaz melodía rondándole el meollo, opinando una y otra vez a la autoridad local y la seguridad ciudadana presentes a buena hora, que no entendía el por qué de tanto barullo. Él sólo quiso alegrarles el día.
Moraleja: el silencio es sagrado…sobre todo en los autobuses de Helsinki.
Se bajaron de pronto todos los humos cuando realizan los suspicaces peregrinos lo grave de la taquicardia y lo absurdo de la situación. El oportuno vahído desvió la atención de los beligerantes sobre la necesidad de llamar a una ambulancia. Solo, el ofuscado tenor se quedó boquiabierto, con la tenaz melodía rondándole el meollo, opinando una y otra vez a la autoridad local y la seguridad ciudadana presentes a buena hora, que no entendía el por qué de tanto barullo. Él sólo quiso alegrarles el día.
Moraleja: el silencio es sagrado…sobre todo en los autobuses de Helsinki.